Controversial…
Por: Raúl Sabido
“Mis derechos terminan donde empiezan los de los demás”
Esto se refiere a que no podemos hacer uso de nuestros derechos si esto implica violar los derechos de los demás. Es decir, nuestros derechos tienen un límite y ese límite es el inicio de los derechos de los demás.
En la vastedad de los derechos humanos, existe un límite invisible, pero profundamente significativo: el punto en el que mis derechos terminan y comienzan los de los demás. Este concepto, aunque sencillo, encierra una profundidad ética y social que define nuestra convivencia como sociedad.
Cuando afirmamos que nuestros derechos terminan donde empiezan los de los demás, reconocemos algo fundamental: que la verdadera libertad no reside en actuar sin límites, sino en hacerlo dentro de un marco de respeto colectivo.
Por ejemplo, tengo el derecho a expresar mis ideas y opiniones, pero este derecho no me permite herir, discriminar, encarcelar, asesinar o silenciar a otros. Mi libertad de movimiento me permite recorrer el mundo, pero no a costa de invadir el espacio personal o la seguridad de quienes me rodean. Cada acción que emprendo, cada derecho que ejerzo, tiene un impacto más allá de mí mismo….
Este principio también nos invita a reflexionar sobre el poder del diálogo. En sociedades diversas, donde cada mente brilla con matices únicos, la negociación y el entendimiento se convierten en herramientas esenciales. Es a través de estas interacciones que logramos construir puentes, respetando nuestros propios límites mientras valoramos los de los demás.
En esencia, mis derechos terminan donde empiezan los de los demás no es solo una restricción; es una invitación a la convivencia armoniosa, a la construcción de comunidades donde el respeto mutuo es el eje central. Este equilibrio delicado es el que nos permite vivir en paz, reconociendo que la verdadera justicia no radica en la imposición, sino en el entendimiento y el respeto mutuo.
¿Pero qué pasa cuando se violenta el derecho a la vida?
La vida es la piedra angular de los derechos humanos, es el derecho más fundamental que sirve como base para todos los demás. Sin ella, no hay posibilidad de libertad, igualdad ni dignidad. Cuando el derecho a la vida es violentado, el daño trasciende lo individual y resuena en el tejido de la sociedad misma, dejando cicatrices que son imposibles de borrar.
Cuando una vida es arrebatada, la pérdida va más allá del acto mismo. La ausencia que deja esa persona en su familia, su comunidad y su entorno crea un vacío irreparable. Es un quiebre en la continuidad del amor, las relaciones y los sueños. En ese momento, no solo desaparece un ser humano; también se pierde una parte de lo que hace que nuestra sociedad sea humana: el respeto por la existencia de cada individuo.
Tengo derecho a que nadie me arrebate el derecho de vivir.
La violación del derecho a la vida cuestiona los valores fundamentales de la humanidad. Nos obliga a enfrentarnos a preguntas difíciles: ¿Cómo podemos honrar a las víctimas? ¿Cómo evitamos que el daño continúe? ¿Cómo aseguramos que la justicia no solo castigue, sino que también sirva para prevenir que otros sufran el mismo destino? La respuesta no es fácil ni uniforme, porque el acto de violentar la vida deja un legado de dolor que exige reflexión, acción y empatía o enfrentarse a la línea delgada de la justicia o de la venganza.
Frente a esta realidad, las sociedades tienen el desafío de encontrar formas de reparar el daño, aunque sea simbólicamente. Esto puede incluir buscar justicia para las víctimas, ofrecer apoyo a sus familias y trabajar incansablemente para crear un mundo donde el derecho humano a la vida sea inquebrantable. En última instancia, el derecho humano a la vida no es solo un principio legal; es un recordatorio de nuestra humanidad compartida y de la necesidad de protegerla.
Quien aniquila el derecho humano de vivir ¿se le debe mantener respeto a sus derechos humanos?
Los derechos humanos se basan en principios universales que afirman que todo ser humano, independientemente de sus acciones, tiene ciertos derechos fundamentales que no pueden ser eliminados. Esta perspectiva busca evitar que la justicia se convierta en venganza y que las sociedades caigan en arbitrariedades que puedan poner en riesgo a cualquier persona, incluso a los inocentes.
Sin embargo, cuando alguien comete un acto tan atroz como quitarle la vida a otro, es natural, y profundamente humano, cuestionar si merece seguir teniendo acceso a sus derechos humanos. Esto surge del dolor y la indignación, así como del deseo de proteger y honrar a las víctimas. Para muchos, es difícil reconciliar que un criminal pueda recibir un trato digno mientras su víctima ha sido despojada de su vida.
El sistema de justicia y derechos humanos busca manejar este equilibrio complejo: garantizar que los criminales enfrenten consecuencias legales severas y proporcionales a sus actos, pero dentro de un marco que no permita abusos ni deshumanización. Este enfoque, aunque difícil de aceptar en situaciones de extrema tragedia, se considera esencial para evitar que los valores fundamentales de la humanidad no sean comprometidos.
¿El criminal al quitar la vida le respetó la dignidad y su derecho a vivir a la víctima?, ¿le respetó su humanidad?
¿Venganza institucionalizada?
La línea entre justicia y venganza puede parecer, a veces, delgada, dependiendo de cómo se perciban las acciones y las intenciones detrás de ellas. La justicia, en su esencia, busca restablecer el orden y asegurar que los actos dañinos enfrenten consecuencias proporcionales dentro de un marco legal y ético. En contraste, la venganza es impulsada por emociones, usualmente el dolor y la indignación, y tiende a ser más personal y punitiva.
El “tinte de legalidad” en la justicia no solo la distingue de la venganza, sino que la convierte en una herramienta para prevenir abusos. Busca proteger tanto a la sociedad como a los principios fundamentales que nos unen como humanos. Además, la justicia no solo castiga; también busca reparar, rehabilitar y prevenir, mientras que la venganza carece de estos objetivos más amplios.
Sin embargo, cuando una sentencia refleja un castigo severo y directo, puede percibirse como una forma de venganza institucionalizada, por lo tanto ¿la sentencia no será una venganza legalizada de la sociedad?
Un marco de acción comparativo
En el panorama actual, El Salvador y Estados Unidos representan dos modelos contrastantes en la aplicación de los derechos humanos frente a la seguridad interna. En El Salvador, el gobierno de Nayib Bukele ha priorizado la seguridad de la población, implementando medidas drásticas como el estado de excepción y la construcción de cárceles de máxima seguridad, donde los criminales son tratados como lo que son.
Estas acciones han reducido significativamente los índices de violencia, pero han sido criticadas por organizaciones internacionales por presuntas violaciones a los derechos humanos de los detenidos que Bukele ha defendido sosteniendo que los criminales han perdido sus derechos humanos, reconociéndoles solo el derecho humano a la vida y al alimento, ningún otro derecho más.
Por otro lado, en Estados Unidos, la lucha contra los criminales cárteles terroristas de las drogas ha sido mucho más cautelosa, con un enfoque que evita confrontaciones directas que puedan desestabilizar su seguridad interna. Aunque el país ha liderado esfuerzos internacionales contra el narcotráfico terrorista, algunos críticos señalan que no ha tomado las medidas contundentes necesarias contra los criminales cárteles terroristas de las drogas que operan dentro de su territorio y que han asesinado a su población con su actividad ilegal, han priorizado su estabilidad interna sobre acciones más correctivas y agresivas.
El presidente Bukele de El Salvador ha tenido éxito en su estrategia desconociendo derechos humanos a las pandillas criminales pero, los Estados Unidos también han sido exitosos al no tener “guerras” internas contra los criminales terroristas que puedan afectar la tranquilidad de su población y los daños colaterales que eso representa.
Algunos consideran que los derechos humanos a veces son la bandera que se utiliza para lo que convenga en su momento.
¿Alguna vez usted ha escuchado que las organizaciones de derechos humanos mundiales señalen la violación del derecho a la vida de ciudadanos muertos por manos criminales, pandilleros o terroristas?